La Libertad, una batalla de no acabar
Desde hace un tiempo que en Chile se debaten distintos proyectos que tienen como fin reestructurar el modelo que tanto progreso y prosperidad ha traído. Resuena desde un sector: el derrumbe del modelo, idea que se ha conformado con una creciente masa intelectual que ha ido, poco a poco, abarcando la cultura chilena. Existen, sin embargo, otros que defienden este modelo, o al menos tienen el rol de hacerlo y son ellos quienes deben ser protagonistas de esta batalla.
El debate público (dominado ampliamente por el primer sector) se llena de propuestas y un montón de enredos que sólo camuflan el verdadero trasfondo de todo esto, que realmente es muy sencillo. Detrás de todos los proyectos y posiciones, se enfrentan ideas que se resumen a una discusión filosófica muy antigua y que está presente en casi todos los debates sobre las políticas públicas que se deben adoptar.
Todo resumido a ¿qué tanto creemos en las personas? ¿Cuánta confianza hay que depositar en ellas? ¿Qué tan libres deben ser?
Aquí surge el principal problema para los defensores de la libertad: peleamos por un concepto perdido. Durante años ha existido una hegemonía cultural e intelectual que ha girado hacia una visión de mundo que pretende un estado más grande, con más facultades, en resumen: menos libertad para nosotros. Es este dominio cultural es el que ha terminado por cambiar la concepción de una palabra que es el centro de nuestra moral a defender; la libertad.
Algunos señalan que la verdadera libertad reside en la efectividad que tenemos de hacer algo, de otro modo, si no existe esa capacidad de hacerlo, no somos libres de hacerlo. Ésta definición incurre en un error de fondo. La libertad es algo mucho más simple, mucho más fácil. La libertad es, como diría Hayek, la independencia frente a la voluntad arbitraria de otros (terceros). La verdadera libertad no es poder hacer algo, es no tener el impedimento de otros de hacerlo. Quien no crea esto, se equivoca. La tergiversación de esta palabra, nos ha llevado al extremo de parecer inconsecuentes, nos ha desviado del foco de nuestra batalla. El perder nuestra arma más valiosa ha significado que, ahora, cuando queremos contrarrestar esta hegemonía cultural de izquierda, estamos indefensos y podemos convertirnos en nuestros propios rivales.
En este momento debemos volver a luchar por los fundamentos, desde lo más básico como; las palabras, el lenguaje y los conceptos perdidos durante todos estos años en los que hemos estado ausentes del debate público por dedicarnos a disfrutar nuestra libertad y no darnos el tiempo de promover y defenderla. Partiendo por demostrar que nosotros realmente creemos en las personas, esto significa que no solo deben tener una libertad económica, debemos demostrar que confiamos en todos y que es cada uno quien debe hacerse cargo de sus decisiones, pues nadie más que uno mismo es el que sabe lo que desea para llevar su proyecto de vida.
Por lo tanto, es momento de salir al debate público y dar la pelea con argumentos claros, aceptando los costos que conlleva, recuperando los conceptos y reformando las palabras. De seguir ocultos, perderemos más terreno y sólo nos quedará arrepentirnos y ver cómo, progresivamente, se coartan nuestras libertades individuales. Porque el tiempo que tenemos es limitado, hoy se juega el mañana, y un “luego” ya será tarde; porque así como señaló Jefferson: “el precio de la libertad es su eterna vigilancia”.